A lo largo de su vida podría haber disfrutado de los beneficios del seguro de decesos en numeras ocasiones: facilitando los trámites para el nacimiento de su hijo, dejando el testamento listo de forma gratuita, poder aprovecharse de los servicios bucales/dentales que ofrece el mismo, podría haber tenido la asistencia jurídica que demasiadas veces había demandado por su cuenta, entre otras.
Sin embargo, la más 𝗶𝗺𝗽𝗼𝗿𝘁𝗮𝗻𝘁𝗲 llegaría en el momento de su fallecimiento, pues pensó que jamás le iba a afectar el mismo a su economía. En cierta parte, tenía razón, pues a él ya no le afectaría en ese momento. El gran coste que conllevaba el mismo se adjudicó automáticamente a su hijo Pedro que, de un día para otro, perdió a su padre y afrontó un pago de bastante peso, además de realizar las correspondientes gestiones y trámites en ese momento tan duro para él.
Juan, 𝗻𝗼 había escogido la elección correcta pero, mostraba a los demás cuál sí era la opción más coherente para sí mismo y su familia, comprobando que, efectivamente, sí merece la pena y compensa el seguro de decesos.
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